El péndulo expandía su sonido metálico. Atravesaba todas las puertas de los tres pisos en el antiguo edificio.
A las doce de la noche en punto Alejandrina abrió sus ojos como los de un pez. Guiados por el último rayo de luz de la vela que dejaba entrever al derretirse en el plato de losa. Dilató su nariz un leve aroma a pan horneado; en la mesita, el vaso de agua contenía burbujas más grandes que la noche anterior. Sin esfuerzo, entornó los postigos. No hicieron ruido las puertas-ventana ni sintieron dolor sus manos delgadas. Su desnudez arrastraba dos sábanas que apenas la cubrían. Demasiado tosco, el lino. Las mejores se habían perdido en un incendio. Recordó enseñanzas de su padre y el nudo marinero estuvo listo.Se mojó las plantas de los pies. El parque umbrío iluminándose con la luna arriba; abajo, con la piel desnuda de Alejandrina que caminaba en círculos. Se acercaba a los arbustos para arrancar alguna flor y llevársela a la boca. Al fin, encontró un claro, tres robles añosos y los abrazó, agradecida. De un bolsito de arpillera que había preparado, sacó diez hojas enormes. Las puso sobre el pasto escaso; su pequeño cuerpo tendido comenzó a temblar. Creyó escuchar risas contenidas. No entendía aunque lo intentara. Una dulce laxitud crecía en intensidad.
Allí, en el follaje, tres muchachos semidesnudos se deslizaron, ágiles. No se sorprendieron su ojillos rasgados. En cuclillas, murmuraban.Faon – así se llamaba uno de ellos – levantó la mano derecha. Ráfagasde pétalos la cubrieron por completo. Ashe extrajo de un morral su flauta de siete orificios. Notas graves comenzaron a oírse. Mientras Tau – a sus pies – se sentaba. Con una pluma de cisne los rozaba suave, pausadamente y si llegaba a los muslos un temblor, un suspiro la turbaba. Podía distinguir hilos azules llevando su sangre de un lado al otro. Los tres se miraron. Se creería que el juego comenzado les era desconocido. Al suspirar por tercera vez, más intensa, provocó un gesto de protección – quizá – de palmas abiertas, cubriéndose: ella, sobre un lado, dejaba al descubierto un pecho y el comienzo de los glúteos. Primero se movió Tau: descruzó las piernas y, levantando las de Alejandrina, las apoyó sobre las suyas. La respiración de ambos se aceleraba mucho. Detrás de los árboles, dos rostros húmedos de rocío asomaban.
Enseguida, el cuerpo de la joven se tensó. Más largo y grave, un quejido con aliento a frutillas provocó otro remolino. Hojas moradas, verdes y amarillas les brindaron el crujiente edredón.-Faon, Ashe – cuchicheó Tau.
Ellos movieron la cabeza arriba abajo. Entonces, sostuvo las piernas de ella y caminó sobre sus manos hasta tenderse a su lado. Mirando la nuca de la joven, volvió a escucharse la flauta de Ashe. Un ademán de Faon despejó de restos vegetales su tez rojiza.
Salvo las manos, fue apoyándose con suavidad, desde los empeines, hasta que recostó la mejilla en un hombro pecoso y redondeado. El aire fresco no pudo haber dispersado la precisión de lo que iba diciéndoles su respiración entrecortada. Ni tampoco hacer que ella imaginara las orejas y pupilas enormes en el rostro triangular del muchacho. Reconoció el mismo aroma tabacal y sonrió. Sin necesidad de ver, estiró sus brazos y cuatro manos se entrelazaron en la cintura de Tau.
Rápido, su rodilla le abrió las piernas sin dificultad. Alejandrina comenzaba a moverse atrás adelante presionando, cada vez más, esa pierna entre las suyas y los brazos alrededor de Tau al punto de inmovilizarlo. Aunque pudo besarla, en su cuello fragante, de todas las maneras posibles y quejarse de ese dolor placentero: tanto había estado esperando lo hiciera sufrir así.
"Kreuza"
Cristina Carrizo
"Kreuza"
Cristina Carrizo
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