Eros y Tánatos

No hay mejor sexo que el que parece una violación.
No quiero escuchar ninguna voz indignada alzándose contra la violencia hacia la mujer.
Consentida, señores.
Con una mirada que señala claramente hasta donde y hasta cuando.
Amo decirle que no haré lo que me pida, cerrar las piernas con fuerza y que me las abra de un cachetazo.
Que me chupe intermitente, mirándome a los ojos; que me deje extasiada pero disconforme justo al borde del orgasmo para exigirme que no acabe hasta que él quiera. ¿Querés más? No te voy a dar, puta.
Que me penetre hasta el fondo, hasta donde duele y que me saque la verga de golpe justo cuando estoy a punto de pedirle más y más.
Que me gire como una muñeca, las manos inmovilizadas, mordiendo la almohada, con los ojos llenos de lágrimas. Que me corra el rímel y me deforme el rostro mientras me habla despacito al oído y me exige que no acabe, que todavía no terminó conmigo.
Amo que me pida que me calle, que me grite, que me ahorque, que me ponga la funda de la almohada en la cabeza mientras me penetra indiscriminadamente.
Amo morderle la verga cuando me la pone a la fuerza en la boca, cuando me provoca una arcada.
Amo todo aquello que pretendí odiar siempre. Porque lo descubrí de golpe con otro y nunca me animé a llevarlo hasta el final.
Amo todo eso porque después me follará lentamente, mirándome a los ojos y acariciándome. Porque me hace sentir una dama y una puta. Por mi cuerpo es suyo, porque su cuerpo es mío. Porque podemos descubrir qué nos gusta, hasta dónde llegaremos. Porque las marcas que nos quedan no están sólo estampadas en las pies.
Lo amo sólo porque es con él. Que no me ama. O que no lo sabe. O que no se anima.

ILSA PLUM