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Tumbada con las manos caídas por encima de la cabeza, desnuda bajo la sábana sentía mil hormigas caminar sobre mi cuerpo y deseaba que una mano bajara desde mi brazo arrastrándolas a todas, liberándome de su peso. Deseaba que la mano se arrastrara arrastrándolas hasta la rodilla y luego subiera por la cara interna de mis muslos, evitando tímida el pubis, para llegar hasta el ombligo. Deseaba que un cuerpo distinto al mío se subiera encima y aplastara todas las hormigas que separaban mi piel de su piel, liberándome de ellas. Que el cuerpo estuviera también cubierto de hormigas, arañas y gusanos y así tener una excusa para dejar caer mi mano por su piel, que las arañas se prendieran de su espalda para poder justificarme cuando clavara mis uñas en ella.
Mientras pensaba en lo que deseaba un río descendía entre mis piernas. Pobres hormigas. Debían estar ahogándose. Sentí compasión por su vida. Con mucha dificultad, debido a la cantidad de hormigas que lo abrazaban, levanté el brazo y dejé caer la mano entre mis muslos. Los dos cubiertos y recubiertos por algo parecido a mermelada de hormiga que manaba de mi vientre. Pero... ¿Qué es lo que manaba de mi, el almíbar, las hormigas?. En cualquier caso la dulzura de todas aquellas hormigas ya no estaba sólo en mis muslos, me impregnaba casi por completo, todo el cuerpo era pura melaza, cuanto más me revolvía entre las sábanas más me pegaba en ella, más crecía el río que brotaba de mi. Sentí curiosidad por saber en qué lugar exacto nacía, en qué interno lugar de mi cuerpo estaba su fuente, saber si las hormigas también salían de allí. Despacio, con miedo de aplastar alguna de aquellas hormigas y con la paradójica fluidez que me daba la pegajosa mermelada fui metiendo un dedo en mi vagina . A medida que avanzaba iba encontrando menos hormigas en el camino y más melaza, melaza cada vez más caliente. Me adentraba en la boca de un volcán y podía sentir sus palpitaciones. Dentro ya no había hormigas, ni tampoco ningún mar de miel, la melaza escurría de las paredes del cráter a cada palpitación, y mi presencia allí dentro había desatado todas sus iras: las paredes empezaban a temblar, la palpitaciones se transformaron en convulsiones. Pequeñas convulsiones que estremecían mi cuerpo, todo parecía que iba a caérseme encima. Tuve que salir de allí.
Estaba sudorosa, pegajosa y las hormigas que no dejaban de moverse de un lado a otro aun estando inmersas en la melaza viscosa. Todo el cuerpo bañado en mermelada de hormiga, hormigas que no dejaban de moverse y pintarme de almíbar. Y yo deseaba. No sabía qué pero deseaba, ya sólo deseaba. Deseaba más, más hormigas, más arañas, y la erupción definitiva del volcán que amenazaba, la erupción que se llevará todas las hormigas y arañas.
Tuve intención de volver vagina adentro pero un grupo de arañas, que bajaron de su imaginaria espalda y rodeaban mi clítoris, llamó mi atención. Eran arañas de otro cuerpo, las que desaparecerían con “mis” hormigas si el volcán al fin reventaba. Sentí compasión por ellas y quise hacerlas huir, pero ellas se agarraban a él, cuanto más yo hacía por despegarlas, con más fuerzas se clavaban. Idiotas. Ignorantes. Desagradecidas de mi compasión. Iban a morir allí sin saber que llegaba su hora. Que así sea, pensé.Las sacudidas volvieron, estremeciendo toda la tierra. No pude olvidarme de las pequeñas arañas que habían abandonado otro cuerpo para refugiarse en el mío en aquel apocalipsis así que las acariciaba, intentando tranquilizarlas. Esto parecía enfurecer todavía más al dios subterráneo que habitaba dentro de mí, me hacía perder la consciencia por momentos, adormecida por efecto de los vapores que de él manaban y alucinada, abría de par en par mi cuerpo. En la semiinconsciencia seguía acariciando a las arañas, aunque ya debían estar muertas a juzgar por las rigidez de sus cuerpos, apretando mi dedo cada vez con más furia, la furia que me daba la desesperación, cada vez con menos dulzura y más violencia hasta que una convulsión violenta nos separó a todos, clítoris, arañas, volcán, dedo, yo, hormigas. Vinieron más y todo se derrumbó, hormigas y arañas quedaron sepultadas bajo el lodo y yo me dejé morir imaginando que ya no habían hormigas ni arañas entre los dos cuerpos.
Rebecca Buendia
del blog de ANDREA MENENDEZ
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