Quiero tocarte. Recorrerte
como si fueras un juego de unir con líneas tus lunares arrastrando mi lengua de
uno en uno.
Deambular mi boca por la
tuya. Babear tu oreja, tus recuerdos. Impregnarme.
Y apoyando mis pezones en tus
hombros, cubro cada milímetro de vos, toda tu espalda, dirigiendo mis uñas a
cada rincón que te estremezca.
Adivino tu deseo y recorro
mil kilómetros provocando tu entrepierna. Hasta llegar a lamer el comienzo de
tu pubis con la punta urgida de mi lengua.
Endulzo tu estructura, chupo, babeo; con manos, alma, boca.
Subir. Buscar tus labios, tu
lengua, tus comisuras. Extirpar la desazón e incrustar mi ansiedad. Estorbar
tus dientes, columpiarme sobre vos.
Mientras, ya añoro tu nuca;
lo suplo jugando con tu pelo.
Desesperar mi interior, te trepo
con mis muslos tiesos, conjugarnos a noventa grados.
Indigestos gemidos al oído
claman por ser gritos. Erizados mordiscos relevan tus fetiches.
Es la exacerbación misma del
averno.
Obedezco de piernas abierta, doblegada,
en llamas.
El privilegio irritado de mi
superficie, obsequio del íntimo resguardo. Es mi pequeño monte edificado,
indómito y domado. Es tu lengua y tu saliva en placer desmesurado. Es la unión,
es casi fatuo de tu parte, exagerado, es el fascinar del ser farsante.
Compasivo me entregás el
alivio.